Era de la información o sociedad del conocimiento, así se habla de nuestra época en que el conocimiento dirige la vida de la sociedad en todos sus aspectos; a su vez el conocimiento universal se difunde por vías rápidas y accesibles. Los recursos necesarios son idiomas y computación. En ésta clase utilizaremos el blog para abrir mayores posibilidades de enseñanza y aprendizaje

Ni Hayek ni Keynes, hoy más que nunca Marx

marcos roítman rosenmann

ivimos tiempos de incertidumbre. Quie­nes valoran la extensión de la crisis del capitalismo son los movimientos alternati­vos, sus gestores y causantes. Los diag­nósticos y proyecciones sobre la globali-zación neoliberal lanzados hace 20 años por los movi­mientos antiglobalización o antisistémicos han dado en la diana. Las políticas de privatización, apertura comer­cial, financiera y flexibilidad laboral escondían un enorme grado de explotación y especulación. El resul­tado sería inevitablemente el colapso general del plane­ta. Nada hacía presagiar otro sendero. Sin embargo, resulta extraño que los economistas neoliberales se queden perplejos y apunten a pecados bíblicos como la tacañería y la avaricia para explicar la crisis. ¿Acaso piensan en otra racionalidad del capitalismo? Su incul­tura parece situarse en las mismas cotas que la crisis. Son de hondo calado. De nada les ha servido obtener master o doctorados en Chicago o la fundación Herita-ge. Lo recomendable hubiese sidq darles a leer los cuentos de Charles Dickens y poner sobre su mesa los estudios históricos de Sombart relacionando el burgués con la propensión al lujo y el origen del capitalismo. Pero la mala memoria de los actuales tecnócratas de las finanzas coincide con la derrota de su doctrina del libre mercado. No les gusta reconocer que el derroche es parte de la mentalidad plutocrática de la evolución del capitalismo. No hay banquero que no haga ostentación de su riqueza en forma de yates, coches de lujo, organi­ce viajes de placer, comidas opíparas, orgías, adquiera ropas de marca, participe de prostitución de alto cope­te, y se vanaglorie de comprar y vender obras de arte. De otra manera no serían capitalistas. El robo y la pira­tería es consustancial a los orígenes del capitalismo y precede la globalización neoliberal. Baste recorrer las calles de Florencia o de Venecia para saber de qué hablamos. Los Medici y los Sforza. Palacios y riquezas en diferentes arquetipos muestran su poder y el de sus repúblicas. Sorokin lo ejemplarizó con una metáfora. El capitalismo no puede vivir en una sociedad de credo comunista, se debe al lujo. El capitalismo no tiene sali­da al margen de sus parámetros de consumo y de orga­nización económica. Requiere tragar, engullir, es vio­lento y necesita un mayor grado de fuerza bruta para
apuntalarse. Se mantiene gracias a la eficiente acción de las clases dominantes y de las élites económicas, verdaderas consoladoras del Estado y de sus aparatos de dominación política. Hipótesis comprobable si vemos el itinerario que se pretende seguir al "donar" millones de dólares o euros a quienes han provocado la mayor crisis social y económica hasta ahora conocida debido a su falta de escrúpulos para obtener un plus y engordar sus cuentas corrientes a costa del contribu­yente. No podía ser de otra manera.
Marx tenía razón. Cuando los gobiernos conserva­dores y neoliberales se prestan a rejuvenecer el sistema financiero por medio de un intervencionismo estatal se refuerza el carácter de clase del Estado. Es el capitalis­ta global el que está representado en su forma equiva­lente general. En momentos de necesidad emerge su esencia. Inyectar millones y millones de dólares o euros para evitar una catástrofe financiera o una caída espec­tacular de los valores bursátiles, supone orientar políti­camente las decisiones. Pero igualmente, conlleva sal­var a los grandes empresarios y las trasnacionales. El horizonte es reflotar el sistema. No se busca una crítica sobre las causas que han motivado llegar hasta aquí. No se preguntan sobre los orígenes de un orden social fun­dado en la expoliación de los recursos naturales, en la degradación del medio ambiente, y en una continuada y constante pérdida de derechos sociales, políticos y económicos de las grandes mayorías. Es decir, no se trata de dar un giro de 180 grados. La respuesta a la cri­sis consiste en velar su causa, la irracionalidad de la explotación del hombre por el hombre y del hombre

hacia la naturaleza. En ocultar el beneficio de las empresas trasnacionales, dueñas de las tecnologías y las patentes capaces, primero, de crear hambrunas en continentes enteros y, después, de llevar a la muerte a miles de niños obteniendo pingües beneficios para aumentar rendimientos en condiciones de monopolio. Empresas patrocinadoras de guerras espurias, de venta de armas, de trabajo infantil y de inmigración ilegal. Factores que coadyuvan para abaratar costes de pro­ducción y aumentar su control sobre gobernantes corruptos y dóciles.
No nos llamemos a engaños. Insuflar dinero a los grandes bancos y salir en defensa de sus consejeros y altos cargos es parte de una estrategia pendular. Cuando no resulta oportuno tejer con Hayek, se teje con Keynes. Unas veces desde la oferta y otras desde la demanda. Tanto monta, monta tanto. En cualquier caso, el resulta­do es el mismo. La relación capital-trabajo se asienta sobre la expropiación del excedente económico produ­cido por el trabajador en condiciones de apropiación pri­vada. Así, quienes pagan los platos rotos de esta estrate­gia son los de siempre. Las clases explotadas y oprimi­das del campo y la ciudad. Salvar el orden económico, sin modificar su estructura y su organización, conlleva un aumento de la desigualdad social y la explotación. Pero el discurso de la cohesión social recubre esta opción bajo el eufemismo de apoyar una estrategia de aumentar prestaciones a los más débiles. Políticas para los desamparados y los pobres de solemnidad. Así, se soslayan las indemnizaciones millonarias a los ejecuti­vos de los bancos y las empresas trasnacionales cuyos contratos blindados se gestionaron con anterioridad. Los impuestos de todos irán a los bolsillos de unos pocos y servirán para pagar una buenas vacaciones y aligerar el estrés de su ineficaz gestión. Ninguno pasará por la cár­cel, previo juicio. Tampoco se verá sometido al escarnio público ni se avergonzará. Seguirán en sus trece, para ellos, nada ha fallado; esperarán agazapados la siguien­te oportunidad. Su relato será simple: han sido unos pocos inescrupulosos los causantes del desastre. Las aguas deben volver a su cauce. El capitalismo retomará su rumbo y otra vez se podrá robar a manos llenas. Por este camino el planeta desaparecerá. Ni Hayek ni Key­nes, hoy más que nunca Marx. •

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